Vivencias polimórficas de un treintañero perplejo.

lunes, 16 de noviembre de 2009

El otro, el mismo


En noches como la de hoy conviene recordar esa película de Ivan Reitman titulada Los gemelos golpean dos veces (1988), interpretada por Danny DeVito y Sorsenague. El tema del gemelismo ha dado mucho que hablar, que escribir y que rodar. También los temas del “doble” o el espejo, y si no que se lo pregunten a Jorge Luis Borges (de quien he robado para el post un título, claro).

¿Quién no recuerda –tema subsidiario- obras de Oscar Wilde como El retrato de Dorian Gray (1890) y La importancia de llamarse Ernesto (1895)? En ambas figuraban variaciones del doble: un retrato que acumulaba la sordidez de su crápula dueño y modelo en la vida real, o el inefable Bunbury, aquel hermano canalla (y ficticio) al que culpar de todos los desmanes cometidos. El retrato acababa como el rosario de la aurora, y en La importancia creo recordar que al final todos los personajes resultaban ser hermanos y se casaban unos con otros, o algo así.


¿Significa esto que es mala idea fingir que se tiene un gemelo? Probablemente, salvo que viva uno en un tebeo o en una peli de Bette Midler. La versión española del gemelismo nos la brindó Lina Morgan en su ya clásico Vaya par de gemelas (1978). Otros gemelos de inolvidable estampa fueron Rómulo y Remo, Cástor y Pólux, los gemelos Derrick (los de la “catapulta infernal”), Zipi y Zape, Zack y Cody los del Disney Chanel, Pili y Mili, Hayley Mills fotocopiada en Tú a Boston y yo a California (1961)…

Es en este contexto en el que, entre partida al Singstar y bocado de secreto ibérico, el buen Harvest me cuenta la última chorrada que le ha acontecido. Dice que la semana anterior fue a pelarse, no se afeitó y fue a trabajar con gafas en lugar de las acostumbradas lentillas. Dice también que de aquesta guisa se fue a dar clase: sorteó los perros que pululan por los pasillos de su instituto, saludó a los guardias civiles que iban a detener algún alumno porreta y entró en el aula.


En su clase de 1º todas las niñas se reían, él ya sabía por qué. “El maestro se ha pelao”. “El maestro tiene gafas”. Entonces Harvest dio un golpe de mano, dijo “Callaos todos, que si no se lo digo a mi hermano Harvest cuando vuelva la semana que viene”, y las risas cesaron.

Nada se habló del asunto, se trabajó normalmente, y la semana siguiente Harvest volvió a su clase afeitado y con lentillas. “Maestro, la semana pasada estabas diferente”. “Como que era su hermano, ¿no lo escuchasteis?” –soltó otra chavala. Entonces Harvest, a quien le gusta una chorretada casi tanto como a mí, cogió la idea al vuelo y espetó: “Claaaaro, es que la semana pasada el que vino fue mi hermano Carlos, que tiene gafas”. Los alumnos acogieron la bromita con entusiasmo, salvo dos que se quedaron muy serios. Chiquitina sancionó el caso con su dulce vozarrón de fumadora de 14 años y su sólida autoridad moral: “Sí, sí, sí… no era el maestro, era su hermano gemelo!”.


La pequeña Risitas explotó en una carcajada cercana a la congestión: “Ji ji ji ji ji ji ji ji ji ji…….. el hermano del maestro…… ji ji ji ji ji ji ji ji ji ji………… el maestro tiene un hermano…..ji ji”. Observó Harvest que la clase entraba en una “suspensión voluntaria de la incredulidad”, de repente se sintió sumergido en un mundo maravilloso como de peli de Terry Gilliam. Se lanzó entonces a dar una espiral absurda de datos, para deleite de los chiquillos. “Sí, sí, mi hermano Carlos y yo somos gemelos, él lleva gafas, yo trabajo pero él está en paro, él es más fan de Chenoa que yo…” Todo transcurría como en un cuento agradable hasta que uno de los dos alumnos que se habían quedado serios fue y dijo: “Pues maestro, la semana que viene venid los dos”. Se hizo el silencio en la clase, Harvest se quedó petrificado, también los demás chavales: aquel pavo se lo estaba creyendo.

Se le veía en los ojos. No remaba a favor de la corriente, no iba con sus compañeros, él se lo había creído. Y otra chiquilla también. El buen Harvest se debatió entre la risotada y el llanto, aquello había dejado de ser una peli fantástica para convertirse en una de miedo. Harvest me lo contó este fin de semana, e inmediatamente me acordé de aquel cuento de Borges, “El otro”, en el que el narrador se veía a sí mismo años más viejo. También me acordé de Don Miguel de Mañara viendo pasar su propio entierro. Y de Chris Peterson viajando a 1977 y cruzándose consigo mismo.


¿Sería posible conocerse a uno mismo en otra época, o al hermano que nunca tuvimos? Pasar al otro lado del espejo y vernos a la inversa, como Groucho Marx en Sopa de ganso (1933). ¿Habrá visto Harvest a su hermano Carlos, habrán tomado café juntos, o por el contrario habrán muerto ambos del susto tras la terrible (y matemática) contemplación de sus rostros iguales pero distintos? ¿Querría alguien vivir dentro de un relato de horror del jodido Edgar Allan Poe? ¿La tortilla, con cebolla o sin cebolla?

4 comentarios:

Anónimo dijo...

TODO ESO ESTÁ MUY BIEN,PERO QUE DECIR DE LA OBSESIÓN PSICÓPATA QUE EXPERIMENTÓ MENGELE POR LOS GEMELOS...

Anónimo dijo...

Yo vi a mi doble, cuando tenía 10 años, en una cafetería cerca de la cima del Teide. No solo era igual que yo, sino que también llevaba, exatamente mi misma ropa. Mi familia lo vio y me lo comentaron, pero, después de todos esos años nadie se acuerda. Siguiendo con Borges...¿recuerdo la realidad o recuerdo un sueño?
Un simple mojaquero.

Fran G. Matute dijo...

En "Sopa de Ganso", Groucho Marx no se ve realmente a sí mismo, sino que es Harpo Marx (su hermano en la vida real y no era mudo) el que imita sus gestos lo que hace creer a Groucho que está ante un espejo... Pero vamos, no andabas mal encaminado...

Anónimo dijo...

PEro y qué le contestó Harvest a su alumno??

CLP

 
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