Vivencias polimórficas de un treintañero perplejo.

domingo, 17 de octubre de 2010

La bondad de los extraños, o: La jodida Blanche DuBois sin un portátil


-“Siempre he contado con la bondad de los desconocidos.”
(Arthur Miller)






Me había jurado que no iba a hablar del tema, pero al final me veo que están corriendo los días y no puedo publicar, y vaya, que esta vez no se trata de sequía, falta de ganas o bloqueo del escritor: escribo poco desde el mes de julio porque se me ha roto el portátil. Lo llevé a que me lo arreglaran, pareció que sí, y de ahí la sarta de posts que hubo a finales de septiembre. Pero… ¿a qué hacerse ilusiones? Se me ha vuelto a romper, y de lo mismo.

No quiero que el post de hoy vaya de eso, ni de un planto en plan “Mis problemas con los ordenadores”. No iba a contarlo porque no me parecía interesante y tampoco quería hacer un post pidiendo perdón. Ahora me doy cuenta de que mi acceso a Internet se va a ver restringido de nuevo, y que puede que no escriba en el blog con la regularidad que me apetecería, así que voy avisando. Cuando estoy sin portátil solo me queda la opción de confiar en la bondad ajena… pero en la de los seres queridos, no la de los extraños.


Aun así, la frase que Arthur Miller hace decir a Blanche DuBois en Un tranvía llamado deseo (1947) siempre me ha parecido absolutamente genial. Si no recuerdo mal, tuvo su eco (como tantas otras cosas de la obra) en la almodovariana Todo sobre mi madre, unos 50 años más tarde. La verdad es que nunca he confiado en la bondad de los extraños, por más que el concepto sea atractivo. Pero sí en la de los conocidos, casi siempre con estupendos resultados.

Restarle valor a la ayuda de los familiares y amigos por el simple hecho de que lo son me parece absurdo: vale que a lo mejor están en cierto modo obligados a socorrerte en los momentos difíciles, pero a mí nunca deja de admirarme y de hacerme sentir gratitud, porque en este dichoso mundo hay tantas cosas que deberían ser de una manera y luego no lo son… Tampoco me parece bien la postura radi de no esperar nunca absolutamente de nadie, “Soy una roca”, etc.. etc.. Con permiso de Paul Simon, yo soy más de John Donne: “Ningún hombre es una isla” (y lo tengo comprobado).


Hay veces en que la gente hace cosas buenas por los demás, sin esperar nada a cambio. O por el puro placer de ayudar o por sentirse bien, de acuerdo, pero si eso puede ser tachado de egoísmo, pues ¡bendito egoísmo! A mí este verano un amigo de un amigo -que apenas me conocía- me socorrió dándome un techo cuando me encontraba tirado en la calle en Edimburgo, algo que jamás le podré devolver. A diario la gente que me quiere y/o aprecia hacen cosas por mí o me hacen favores, y yo procuro portarme bien también con ellos.

Lo de la bondad de los seres queridos venía a cuento porque solo gracias a ellos puedo moverme por Internet en estos días. Descontando el trabajo, donde no tengo tiempo para escribir el blog (y además estaría feo), he de depender de que un amigo me deje mirar el email en su casa o de que mi madre o mi tía me presten su portátil durante una horita para estos menesteres. Solo un ejemplo tonto, pero a mí me da la vida. Últimamente estoy recibiendo muchísima ayuda –en diferentes formas- de parte de amigos, tíos, mi novia y mis padres. Ellos no lo saben, claro, pero me están llevando en volandas.

1 comentario:

Sara dijo...

A pesar de lo bonito del post, me veo obligada a comentar que "Un tranvía llamado deseo" no es de Arthur Miller sino de Tennessee Williams.... Me encanta la obra!

 
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